Por Antonio De Marcelo
Desgastamos
tanto los momentos, que terminamos por cosificarlos. Se trataba solo de un
beso, ese entendimiento entre dos personas que no requiere de palabras, hallar
de pronto nuestros labios y dejar que dialogaran en ese encuentro que casi
siempre es el sello del amor. Pero los besos no se buscan, se encuentran y este
no apareció. Hubo momentos que estuvo cerca ese contacto, tan cerca que casi
podía sentir su boca, percibir su respiración, aspirar su perfume, enredarme en
su cabellera y quedarme encerrado en esos ojos que me matan con una mirada. Pero
el dichoso beso no llegó, se negó a aparecer. Simplemente no existió. No fue
falta de amor, lo juro con la mano en el corazón, y tampoco falta de pasión,
tal vez solo le sobraron palabras y le faltó aliento al esfuerzo. Ella sabe
bien que le amo, se lo dije de mil maneras, pero el amor no se mendiga ni se
arranca y fue necesario remojarlo en sorbos de café y aderezarlo con pastel de
queso con fresas. Desgastar una y otra vez los te amo mientras se marchaba, escribirlos
en las paredes a falta de poder gritarlo, dibujarlo con su imagen hasta
hartarme de su rostro, aunque pronto tuviera que volver a esos ojos, a esa
cabellera, a esas manos que despiden vida, a esa boca que derrama miel. A esperar
ese beso así sea lo último que haga en la vida, porque después de un beso suyo
no habrá nada más porque vivir.
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