sábado, 17 de noviembre de 2012

El Romántico del Bar.



El Romántico del Bar.
Por Antonio De Marcelo Esquivel
Francesca, recorrió por milésima vez el camino entre la barra y las mesas que debía atender, sorteó sillas, codos, hombros y por supuesto las miradas obsesivas que le seguían atentamente el andar de un lado a otro.
Esta vez empezó a buscar en el rostro de los clientes una muestra diferente a la natural de un comensal, pero ninguno se le hizo sospechoso, algunos miraban las pantallas colocadas en las columnas, otros conversaban entre sí a carcajada abierta, las parejas se miraban o tomaban de la mano, y los solitarios platicaban con su trago y acaso el celular.
-Ese maldito aparato, que vino a terminar con las relaciones humanas. Pensó para sí, mientras trataba de no perder el equilibrio con la charola en que cargaba platos sucios, vasos con restos de hielo y huellas grasosas en su alrededor, así como decenas de servilletas con quien sabe que desechos.
Al llegar de nuevo a la cocina sintió en el vientre el vibrar del celular, pero prefirió mantenerse en calma, solo lo tocó como se toca un hijo nonato y miró desde su puesto de observación como en busca del origen del mensaje, aunque no halló nada extraño; Ni luces de quien había conseguido de alguna manera su teléfono e insistía en enviar mensajes subliminales colocados en los límites de la cursilería y el romanticismo.
Solo Dios sabía de quién se trataba, quién era ese posible enamorado que gastaba su saldo y su tiempo es encubrir una relación platónica en la que Francesca hacia las veces de dama medieval, y él un anónimo caballero que se escudaba entre los pilares de la vieja cantina para mirarle furtivamente y describirla en esos  mensajes que transitaban entre el amor y la mera descripción expresionista.
Al estar frente a la barra buscó uno segundos, aprovechar que les daba la espalda a los clientes y sacó su móvil, quería y echar una rápida mirada al mensaje, sin perder detalle a a través del espejo; Ya habría tiempo más tarde para leerlo con clama, lo mismo que otras decenas que habían llegado en los últimos días, y que ahora llenaban sus noches de soledad leyéndolos y releyéndolos una y otra vez con la finalidad de hallar alguna clave que le indicara la naturaleza real de este enamorado. Un extraño que le colmaba de adjetivos y verbos engarzados en una pulida gramática digna de un Cyrano de Bergerac.
Francesca se había visto al espejo tantas veces en la vida, que a pesar de estar consciente de sus atributos actuaba con tal naturalidad, con un actuar que manaba como agua de manantial, natural como un río y fresco como una mañana, no notaba siquiera el efecto que su cabello recogido en una coleta causaba al menear la cabeza, la consecuencia de su mirar apacible y el que sus manos rozaran siquiera el hombro de alguno de sus clientes que de buena gana se dejaban querer por ella.
Iba de camino a servir una mesa, cuando sintió de nuevo el vibrar del celular, pero esta vez no lo tomó en cuenta, al contrario casi pierde el equilibrio con un joven que solitario la miraba de reojo aunque no tan discreto, que cualquiera podría darse cuenta del interés que tenía en la mujer que a diario deambulaba entre mesas y borrachos.
Por un momento perdió la concentración, a quien pidió ron le dio tequila, a quien pidió cerveza le dio ron y a quien pidió tequila le dio vodka le dio una disculpa porque solo traía un vaso con hielo, así que regresó de nuevo a la barra sin perder de vista al recién llegado que de pronto le dio la espalda y empezó a escribir en su celular.
-          Ese es, dijo para sí al tiempo que entregaba el vodka.
-          ¡Y si es ese le daré un golpe en la cabeza!, pensó, esperando el vibrar en el estomago,
Aunque este no llegó.
Qué raro, se dijo.
-Hubiera jurado que era él, pero no llegaron más mensajes de este desconocido que en su imaginativo tenía nombre y apellido: “El Romántico del Bar”, quizá el mismo que tantas veces hizo tocar en la rocola canciones de José José, de Roberto Carlos.
El mismo que se deslizaba entre las mesas admirándola de todos los ángulos posibles, quizá queriéndola sin siquiera atreverse a decirlo de frente, más bien con mensajes que llenaban el tedio de una mesera de cantina, una mujer que debía atender una clientela repleta de borrachos, bohemios, infieles, homosexuales o solitarios.
Pero no fue este ni ningún otro, llegó la tarde y de su mano la noche, las mesas se vaciaron y solo quedó el eco de las carcajadas, las malas palabras, los albures baratos, los gritos, la música ensordecedora, en el piso papeles, en las mesas servilleteros, en la basura botellas vacías, de nuevo había que abandonar el disfraza de mesera, volver a su vida de calle, de persona normal, caminar por las calles hasta casa, mirar de nuevo los mensajes de ese Romántico del Bar que desgranaba poemas sin verso, quizá un eterno enamorado, tal vez un bromista o solo un loco queriendo enloquecer a esta mesera de bar.


miércoles, 10 de octubre de 2012


Cada miércoles
Por: Antonio De Marcelo Esquivel

Me senté en el borde de la cama para mirarla mejor mientras estiraba sus piernas y brazos, como esas mañanas cuando recién ha despertado uno, y requiere que los músculos se tensen un poco, luego volvió a ese pose tan suyo que la hacía tan reconocible a mis ojos. Tal vez por eso la recorrí con la mirada una vez más mientras ella tomaba su blusa y se cubría los senos ya menos tensos que al principio. 

Entonces me hundí en sus ojos verdes y me perdí por completo. 

Hubiera querido hacerle el amor una vez más, pero dude un poco y simplemente me quede en el borde de la cama pasando el dorso de mi manos desde sus piernas hasta los pies. Era como una de esas, mis locas ceremonias post amatorias que tanto molestan a algunas, no a ella, que sonreía mientras se dejaba tocar poco a poco, sin siquiera moverse un milímetro, mirándome desde ese sitio que la hacía ser como una reina que ordena únicamente con la mirada. No se cuánto tiempo pase mis manos por sus piernas recorriendo el mismo camino una y otra vez, primero con el dorso de la mano y luego con la palma extendiendo los dedos casi como sí solo deseara sentir su energía que manaba como una fuente, poderosa como el sol y al mismo tiempo tierna como una noche de luna, un par de manos que hurgaban en su piel, primero las piernas, luego el vientre hasta llegar a sus senos que ahora se erguían como deseando alcanza el cielo, y que se ofrecían a mí, que sediento los deseaba sin dejar se mirar esos ojos verdes de los que no podría salir aunque quisiera. 

Entonces los tomé sin miramiento, sin reserva y sin siquiera mirarlos, con mis labios que escurrían besos y palabras de amor, ya no las palabras soeces que momentos antes habría preferido a su espalda, ni las caricias locas y atropelladas que nos enardecieron; ahora era lento en cada moviendo, en cada palabra pensada directa y sopesada, dicha a medias puesto que no es posible abrevar de ella y al mismo tiempo decir un te amo. 

Y me hubiera quedado ahí un millón de años alimentando mis sueños, regando mis besos prodigando mis caricias, pero el reloj no se detienen y del tiempo y espacio somos esclavos, así que lleve mis labios a los suyos, y deje que mis sentidos la tomaran a placer, primero mis ojos, luego mi boca y después mis manos que una vez más recorrieron su espalda en tanto que mis oídos reclamaban sus palabras, exigentes de amor, ahora menos procaces y más amables, menos calientes que momentos antes y más con sabor a te amo. 

Una vez más penetre sus pensamientos y fue mía y fui suyo, y deje mi simiente en su ser mientras gritaba, ya no bufando como bestia herida, ahora lento acompasado en movimientos circulares sin embestir, más bien dejando que su cuerpo adquiriera su propio ritmo entre espasmo y espasmo, que finalmente quizá sería la última vez que esas cuatro padres nos darían cobijo, en este amor prohibido que nos dañaba tanto y nos hacia suyos cada miércoles por la tarde.

martes, 7 de agosto de 2012

Deja vu


A kilómetros

Por Antonio De Marcelo Esquivel.

Un frapuchino mango maracuya es mi compañía, hoy no es el ron de anoche, ni las carcajadas de desconocidas y desconocidos que al rededor tomaban y discutían sus cosas, y sin embargo es como un deja vu que me lleva y me trae en el tiempo, como si de pronto mi reloj biológico se hubiera descompuesto y no pudiera situarme en un espacio temporoespacial, atrapado en el pasado pero viviendo el presente, como en esas películas extrañas donde se está en un momento pero de pronto la imagen es de algo que paso hace tiempo, y no me molesta, al contrario quisiera vivir así, rehaciendo cada instante como para vivirlo de nuevo, tal vez por ello regreso la cinta tantas veces hasta grabarme cada palabra, cada suceso, cada paso un sin fin de cosas que el tiempo y el destino fue tejiendo con nuestras vidas como esas bufandas que hacen las mujeres casi de manera automática.

Aun recuerdo esa tarde, en que el tedio de no querer leer mas a Foucault y su péndulo me llevo a la guía telefónica y como descolgué el aparato para pedir la hora, ya mis amigos me habían dicho que el 03 podría servir para conocer gente, pero la verdad siempre pensé que se trataba de una broma, hasta que Levante el auricular y marque casi de manera automática el numero, aunque solo para empezar a decir como loco un

.- hola, hola.

Hasta que alguien en ese espacio atemporal dijo desde cualquier lugar un

. - hola, hola.

Yo no sabía que responder, así que dije de nuevo hola, con lo que empezó una extraña platica, quien eres, donde estas, cómo te llamas y un sin fin de preguntas que nos llevaron a proporcionar nuestro número telefónico y claro de ahí vino la llamada, yo estaba nervioso, pero no lo demostré, me porte claro y firme durante esa y decenas de llamadas que se sucedieron por días, por semanas, por meses en una pospuesta cita que ya se demoraba bastante. Creo que nos conocíamos demasiado para ser dos desconocidos, ella una mujer casada hundida en el tedio de un marido celoso dos hijos en edad escolar y yo un loco aventurero solitario, amante de la buena mesa y la mejor cama. Es cierto mi primera intención fue tirarme a esa mujer y luego salir corriendo como siempre, con la prisa que siento después de coger, iba a decir hacer el amor, pero el amor no se hace, se alimenta y acaso de destruye, así que la palabra correcta es coger, mas algo paso de pronto que cambio toda la historia, no sé si fue durante el viaje o quizá ocurrió mientras la besaba o quizá cuando simplemente me instale en su vida, lo cierto es que hubo un momento en que empecé a necesitarle irremediablemente, razón que me hizo tomar ese autobús y recorrer 560 kilómetros hasta su encuentro, un encuentro que no puedo olvidar, como dejar atrás el momento justo cuando llego corriendo al hotel donde me había hospedado y sin siquiera mediar palabra nos prendimos en un beso eterno enmarcado en un abrazo que aun tengo en las manos, su blusa resbaladiza entre mis manos, su cuerpo menudo que podría apretar y apretar, aunque no lo hice, tenía miedo que de pronto se desmoronara entre mis brazos y fuera solo ese sueño malvado cuando uno abre los ojos y nada es cierto, tal vez por eso dejamos que el discurso corporal dijera los te quiero y desgranara las promesas de amor mientras nos sentíamos el uno al otro ella con ese temblor en los labios y yo con la prisa de probar su cuerpo en esa cama de hotel con paredes azules, un espacio donde mis manos no hablaban, gritaban hurgaban en su piel, buscaban grabar cada centímetro de piel, cada beso depositado en ella, y entonces bese de nuevo su cuerpo, probé sus tetas que al contacto con mis labios respondieron al llamado de la fantasía, bese su vientre lugar de magia y milagros, halle sus manos y las lleve a mi cuerpo, admire sus pies y quise que fuera mía para siempre, pero un fantasma rodeaba el lugar y quise llorar, desgarrar el momento y correr como loco, cosa que no hice, no por no tenerla, si no por ser tan mía que sufría de adelantado tener que marcharme, fueron segundos, después halle la puerta al cielo y con mis dedos de bajista empuje la puerta del paraíso solo como una promesa del nirvana, tome su mano me hundí en sus ojos verdes y hubiera muerto de buena gana entre sus piernas mientras alimentaba su ego con mis palabras en tanto le dejaba sentirme y le sentía tan tierna y bella que nada mas nos importaba en la vida, ambos con los ojos húmedos de lujuria ambos bestias que se entregaban al placer de la carne, ahí no era esposa, no era madre, no era hija, era mujer, una mujer que sedienta de palabras apenas podía decir un te quiero mientras cerraba los ojos y rasguñaba mi piel desgarrandola como queriendo hallar al otro yo que estaba dentro de ese lobo que la poseía loco y desenfrenado, que sin misericordia la amaba y le exigía tomarme entre sus labios para morir una y otra vez hasta explotar en pedazos dejando nuestros besos regados por la habitación, besos que resbalaban por su rostro, entre sus tetas y hasta su vientre mientras me miraba de nuevo tierna y sensible con esos ojos verdes que me hipnotizan.

domingo, 5 de agosto de 2012


Gajes
Antonio De Marcelo Esquivel.
Casi nunca hago entrevistas a domicilio, no es algo que acostumbre, quizá porque considero el oficio de periodista más público que privado, aunque algunas veces llevo uno a ese plano las entrevistas y no siempre salen bien; sin embargo ese día decidí que si quería arrancarlo algo a esa mujer de mirada tierna y sonrisa difícil eso únicamente podría ocurrir en su terreno, un lugar que le diera confianza y al mismo tiempo la tranquilidad de sentirse en su territorio, a salvo de depredadores y mirones, tal vez porque tenerla en territorio neutral parecía tan impersonal y lejano que acaso respondía con monosílabos o movimiento de cabeza, lo que no siempre se convierte en material digno de una nota informativa, tal vez por eso ahora estaba en ese sillón negro de piel que rechinaba con cualquier movimiento, lo que por supuesto siempre desconcentra; no hay como la pliana o no se algo que no haga ruido, ya desde que llegué me habían ofrecido algo de beber así que tenía un vaso de vidrio con hielo y whisky que sudaba de frío mientras le miraba de reojo con las ganas de tomarlo de un sorbo, aunque me contuve, no quería que descubrieran mi verdadera personalidad de bohemio, bueno algunos le llaman diferente, en fin, de pronto escuché su taconeo, aunque no era el clásico taconeo de oficina, apurado y sin compás, más bien era acompasado, uno tras otro con tiempo, con espacio, sin prisa, casi sordo sobre todo cuando empezó a descender por la amplia escalera de madera que servía de marco para admirar que bajo ese vestido entallado color vino había un par de piernas espectaculares que se marcaban con cada paso y aunque en ese momento no lo pude notar seguro era que sus caderas eran imponentes, aunque en ese momento llamó más mi atención su piel clara casi blanca, aunque sin llegar al alba nieve, que hacía perfecto juego con la tela del vestido que caía tan natural que parecía haber nacido con él.
Cuando llegó al último escalón ya estaba yo ahí extendiéndole la mano, en parte para ayudarle a bajar y en parte para saludarle, aunque ella la tomó y no la soltó, así que caminamos casi tomados de la mano hasta el mismo sillón negro para la entrevista.
Tenía mi cámara a la mano y me hubiera gustado empezar con las fotografías, pero preferí dejarlo para el final, de manera que saque la grabadora y la puse sobre el asiento, aunque ella dijo no sería mejor aquí, señalando el lugar justo donde se juntan las tetas, donde claro la grabadora quedaría perfecta, aunque a mi me hubiera gustado poner otra cosa ahí mucho mejor que una grabadora. Cuando dijo no sería mejor aquí además se señalar abrió los brazos y echó el pecho hacia delante ocasionando que ese hermoso par de tetas resaltara aún más y la redondez se remarcará mucho más como queriendo escapar de esa prisión que se llaman copas. Fue un segundo únicamente pero para mi fue como un millón de años cuando al poner la grabadora mis dedos apenas tocaron su piel, ara algo firme pero delicado, y tibio como un beso que me imagine posando mis manos y mis labios en ese par que invitaban al pecado.
El resto de la entrevista ni la recuerdo, me perdí en sus ojos, en su manera de mover la boca al hablar, en la forma de su rostro cuando arqueaba las cejas, en el perfil mostrado al mirar de lado y sobre todo en su manos que me hipnotizaron tan solo de mirar su movimiento que era como de una mariposa revolotenado por aquí entre nosotros.
Entonces empezó a hablar, se despojó de todo, narró una historia increíble de traiciones, amor, desamor, dolor y más dolor. Hubo un momento que las lágrimas casi le impidieron hablar, aunque no le interrumpí ni siquiera para consolarle, le deje hablar, que al fin era lo que deseaba, finalmente terminó, se levantó dio las gracias y se marchó. Yo me fui sin siquiera probar mi whisky y sin mi grabadora que seguirá entre sus tetas o que se yo, ahora me toca redactar su historia, solo que lo único que recuerdo es lo que ustedes han leído.

lunes, 23 de abril de 2012

De Johnny Walker y como ponerle en la madre a una relación.

Por Antonio De Marcelo Esquivel.
Dejamos los libros en el piso, la ropa, los zapatos, las chamarras y no hicimos el amor, nos metimos entre la sábana solo para estar ahí, juntos, muy juntos como si quisiéramos quedarnos así para siempre; claro nadie se hubiera imaginado en la escuela que Brenda y yo estaríamos en un hotel barato cuando debiéramos estar en clase de Literatura Mexicana ; se llamaba Maria creo, pero le llamábamos la la flaca, quizá por alguna suerte de odio, la verdad es que ni me acuerdo por qué de aquella mala vibra, solo que le decíamos así como si de esa manera le restásemos personalidad a su estatus de profesora y la relegásemos al estadio de una más en aquella facultad de Filosofía y de snobs, que a cada paso decían un pendejada más, en cierto modo Mariana no decía pendejadas, más bien era como esas personas que se aprenden tantas cosas de memoria y parecen una biblioteca que poco se les entiende. Quizá es por ello que Brenda y yo preferíamos aquellas escapadas al Centro Histórico solo para caminar entre edificios, casonas y coches hasta encontrar nuestro locus amenus, casi siempre era un café, una banca de parque, un iglesia, un banqueta, una cocina económica, aunque invariablemente terminábamos en el primer hotel de paso que se nos ponía enfrente, eso que decíamos era mejor para aprender la literatura que las insufribles horas de clase, bueno cada quien lee como puede; ella y yo preferíamos desnudar nuestros cuerpos, yo no sé si el alma o el espíritu más bien creo que eso es una mamada, nos encuerábamos para estar cómodos, para coger, para sentirnos, para mirarnos, para maltratarnos, para burlarnos de nosotros mismos y como siempre al final terminar haciendo el amor como si en ello nos fuera la vida. Luego o antes leíamos a Charles Bukovski, ese jodido alemán que solo puede estar en dos lugares tomando whisky o drogándose y tirándose a una puta. Entonces abríamos la botella de Johnny Walker y tomábamos derecho como los grandes, la verdad es que sabía de la chingada, pero hacíamos esfuerzos por tragar aquella madre hasta el final, yo no sé por qué las mujeres aguantan tanto, o si es que a ella no se le notaba el pedo, porque yo terminaba hasta la madre de borracho. A veces quedábamos exhaustos en aquella cama que no era nuestra y así abrazados dormíamos horas hasta que alguno abría los ojos y decía –puta madre es tardísimo, ella porque debía llegar a casa para ayudar a su madre y yo porque tenía que entrar a trabajar así que nos parábamos en chinga a buscar cada quien su ropa y por lo general a gritarnos como si el otro fuera responsable de las cosas del otro –no mames donde pusiste mis calzones, pásame los zapatos préstame tu cepillo, de peinar por supuesto, bueno que si hubiera sido el dental seguro nos lo habríamos entregado, así éramos uno y el otro libres y a la vez dependientes de nosotros mismos al grado de hacer escenas de celos y luego reclamar con aquel dejo de:
-No mames mes estás celando, claro para responder luego
-Ni madres por mi puedes darle las nalgas a quien se te dé la gana, bueno en mi caso, en el suyo decía
-A mi me vale madres a quien te andes cogiendo, es tu bronca, ya te dije que en este barco estamos mientras no haya pedo porque si un día vale madre yo saltaré primero como las ratas.
Eso de verdad me partía la madre, me dolía pero con aire de suficiencia decía:
-Por mí puedes largarte a la chingada si quieres ahora mismo, en el fondo no quería que se fuera nunca, es más, si por mí hubiera sido le hubiera gritado a todo mundo: –me ando cogiendo a esta vieja, no por el hecho de tirármela propiamente, sino por aquella cercanía que teníamos, por defender lo que en el fondo hacía propio, que era ella misma, no sé, de alguna manera marcar mi territorio como los perros, una forma de hacer sentir mi presencia en su vida, cosa que nunca hice por temor a sus aires de suficiencia y a que ella sentaba nuestra relación en aquella libertad de no ser ni siquiera de nosotros mismos, estaba cansada de los novios tiranos y los celos enfermizos, de un agente de ventas que la esperaba frente a su casa todas las noches únicamente para decirle que la amaba y que sería su perro si ella así lo deseaba, pero al que respondía con mis frases: – Debías tener un poco de dignidad y marcharte a casa, a ver si aprendes a respetarse a ti mismo.
Por ello es que la dejaba ser, incluso de pronto desaparecía de su vida uno, dos o tres días o una semana, una manera de darle respiro a la relación, de sentir que podía vivir sin ella que podía prescindir de ir tomar Jonny Walker, de leer a Bukovsky, de beber en su vientre, de viajar por entre sus largas piernas, de hundirme en su cabellera, de beber sus labios, de cabalgar en su ser, de respirar su aroma de creer que para siempre no es mucho tiempo.

Abraza la oscuridad
La confusión es el dios
la locura es el dios
la paz permanente de la vida
es la paz permanente de la muerte.
La agonía puede matar
o puede sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa
caminando
hablando
sonriendo
pareciendo ser.
no olvides las aceras,
las putas,
la traición,
el gusano en la manzana,
los bares, las cárceles
los suicidios de los amantes.
aquí en Estados Unidos
hemos asesinado a un presidente y a su hermano,
otro presidente ha tenido que dejar el cargo.
La gente que cree en la política
es como la gente que cree en dios:
sorben aire con pajitas
torcidas
no hay dios
no hay política
no hay paz
no hay amor
no hay control
no hay planes
mantente alejado de dios
permanece angustiado
deslízate.
Charles Bukowski:

viernes, 9 de marzo de 2012

Llamada desde la prisión

Crónicas de un reportero
Antonio De Marcelo Esquivel.
El teléfono suena repetidas ocasiones, mientras muerdo por enésima ocasión mi torta con carne de puerco en salsa y frijoles negros, comprada allá abajo en el puesto del Chuky; quisiera responder, pero este acto es parte de toda una ceremonia que no acepta dilaciones, la salsa y los frijoles se salen por los lados, los contengo con otra mordida, me lamo las comisuras, paladeo el maridaje creado por el chile morita en salsa con los frijoles y el pan, casi cierro los ojos para dejar que los sabores inunden mi papilas gustativas, pero todo esto sucede en unos cuantos segundos, me atraganto y antes de responder doy un sorbo a mi café con leche.
Es raro que alguien llame a esta hora a mi extensión, todo mundo sabe que llegó por la tarde.
De todos modos levanto el auricular y antes de terminar el saludo, alguien me dice que se trata de una llamada desde un penal.
La verdad dudé unos segundos antes de aceptar la llamada, pues no es la primera vez que alguien habla desde la prisión para contar una historia entre mentirosa y verdadera, pues dicen, todos los que están ahí aseguran ser inocentes, en tanto que la autoridad no quita el dedo del renglón al afirmar su culpabilidad, o al menos la presunción que los mantiene privados de su libertad.
Hago a un lado los restos de mi torta para mejor momento, mi café con leche, jalo mi libreta y pluma e inició una especia de intercambio de palabras que debía ser solo para conocer el caso a grandes rasgos y dejar para después la entrevista, pero quien quien inicia la conversación no da atregua,  es un hombre, cuya voz se escucha de alguien mayor. Se presenta como Rubén Jaime Gutiérrez, e inicia con una retahíla de denuncias, acusaciones y peticiones de justicia. Yo me imagino que es una persona de esas que han sido encarceladas de manera ilegal, así que le dejo hablar mientras veo de lejos mi torta  y mi café con leche. Él me narra que la Directora Ejecutiva de Sanciones Penales del sistema penitenciario de la Ciudad de México, Beatriz Segura Rosas, es la culpable de que no pueda gozar de nuevo en libertad.
Se llama: Rubén Jaime
Lleva en prisión: 23 años, cinco meses y 23 días.
Al momento de la llamada, desea caminar de nuevo por las calles de la ciudad, respirar el aire de la libertad, vivir con su esposa a quien conoció entre las visitas de sus amigos.
Más sin embargo un alud de papeleo y aparente burocratismo lo mantiene el prisión, pues no ha sido posible que sus amparos, y documentaciones de solicitud de libertad anticipada sean tomados en cuenta, “me los desecharon por improcedentes” afirma quien se dice además “primodelincuente”.
Sus palabras me hacen pensar que se trata de una persona conocedora de las leyes y el argot jurídico, así que lo interrogo y logro conocer que al ingresar a la cárcel y ver las injusticias decidió prepararse y ha logrado hacer la carrera de derecho, aunque hasta ahora no le sirva de nada, porque “el sistema penitenciario en México esta podrido” afirma.
Rubén Jaime evidentemente conoce los términos jurídicos, la manera de conducirse en el intrincado laberinto de la ley, pero me asalta una duda:
¿Por qué un hombre debe pasar 40 años en la cárcel?
¿Quién era él antes de ser detenido?
¿Qué delito cometió para que el juzgador le haya sentenciado a 40 años en prisión y ahora no le permitan un beneficio que la ley otorga a los primodelicuentes y quienes trabajan dentro de los penales?
Antes de responder a mis preguntas de reportero y curioso, asegura que ha trabajado al interior del penal 7,768 días al 15 de diciembre de 2011 en las calderas de la lavandería, en la bodega.
Antes su madre y hermanos o demás familia iban a verlo seguido, pero con el paso de los años su madre acude una vez al mes, mientras que su hermana viene cuando puede, más o menos cada tres meses, en tanto que el resto de la familia parecer haberlo olvidado y acaso preguntan a la madre y hermana cómo está, como si en algún momento pudieran asegurar que esta bien.
Rubén  Jaime Gutiérrez tenía una vida antes de enrolarse en las filas del crimen, una carrera y un futuro.
Estudio para contador privado, tenía una novia, se iban a casar, cuando conoció a un grupo de amigos con quienes compartía empleo, hasta que se les ocurrió la idea de salir de pobres de una vez por todas. Asaltarían la tienda El Palacio de Hierro.
El plan era perfecto, nada podía fallar, entrarían por la puerta grande, armados todos, para someter al vigilante y llevarse el efectivo causando terror entre los que ahí estuvieran, para luego repartirse el botín.
Pero el destino les jugó una mala pasada, los planes de salieron de control aquel dos de agosto de 1988 y en medio del caos provocado por el asalto los policías se jugaron la vida antes que permitir que se llevaran el dinero.
Las armas hablaron entonces y hubo fuego de ambas partes, los plomos calientes zumbaban mientras pasaban entre la gente para incrustarse en aparadores, paredes y por desgracia en el cuerpo de los vigilantes.
Al final fueron tres policías que salieron a trabajar, pero no volvieron a casa.
Detenido Rubén Jaime, aún asegura que sí disparó, pero que su arma no vomitó muerte, que habría ido otro de sus compañeros, aunque para el juez instructor de la causa “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata” y le dio 40 años de prisión, de los que solo lleva poco más de la mitad.
Para mi jefe hacer esta nota sería como darle voz a un criminal, pero al paso de los días ha rodado en mi cabeza la idea de llevar al papel este caso, describirlo, porque finalmente es una historia de buenos y malos, donde no me toca a mi juzgar, solo platicar esto que pasa antes de ser noticia, pues como decimos en De Reporteros: siempre hay una historia tras la noticia.