sábado, 17 de noviembre de 2012

El Romántico del Bar.



El Romántico del Bar.
Por Antonio De Marcelo Esquivel
Francesca, recorrió por milésima vez el camino entre la barra y las mesas que debía atender, sorteó sillas, codos, hombros y por supuesto las miradas obsesivas que le seguían atentamente el andar de un lado a otro.
Esta vez empezó a buscar en el rostro de los clientes una muestra diferente a la natural de un comensal, pero ninguno se le hizo sospechoso, algunos miraban las pantallas colocadas en las columnas, otros conversaban entre sí a carcajada abierta, las parejas se miraban o tomaban de la mano, y los solitarios platicaban con su trago y acaso el celular.
-Ese maldito aparato, que vino a terminar con las relaciones humanas. Pensó para sí, mientras trataba de no perder el equilibrio con la charola en que cargaba platos sucios, vasos con restos de hielo y huellas grasosas en su alrededor, así como decenas de servilletas con quien sabe que desechos.
Al llegar de nuevo a la cocina sintió en el vientre el vibrar del celular, pero prefirió mantenerse en calma, solo lo tocó como se toca un hijo nonato y miró desde su puesto de observación como en busca del origen del mensaje, aunque no halló nada extraño; Ni luces de quien había conseguido de alguna manera su teléfono e insistía en enviar mensajes subliminales colocados en los límites de la cursilería y el romanticismo.
Solo Dios sabía de quién se trataba, quién era ese posible enamorado que gastaba su saldo y su tiempo es encubrir una relación platónica en la que Francesca hacia las veces de dama medieval, y él un anónimo caballero que se escudaba entre los pilares de la vieja cantina para mirarle furtivamente y describirla en esos  mensajes que transitaban entre el amor y la mera descripción expresionista.
Al estar frente a la barra buscó uno segundos, aprovechar que les daba la espalda a los clientes y sacó su móvil, quería y echar una rápida mirada al mensaje, sin perder detalle a a través del espejo; Ya habría tiempo más tarde para leerlo con clama, lo mismo que otras decenas que habían llegado en los últimos días, y que ahora llenaban sus noches de soledad leyéndolos y releyéndolos una y otra vez con la finalidad de hallar alguna clave que le indicara la naturaleza real de este enamorado. Un extraño que le colmaba de adjetivos y verbos engarzados en una pulida gramática digna de un Cyrano de Bergerac.
Francesca se había visto al espejo tantas veces en la vida, que a pesar de estar consciente de sus atributos actuaba con tal naturalidad, con un actuar que manaba como agua de manantial, natural como un río y fresco como una mañana, no notaba siquiera el efecto que su cabello recogido en una coleta causaba al menear la cabeza, la consecuencia de su mirar apacible y el que sus manos rozaran siquiera el hombro de alguno de sus clientes que de buena gana se dejaban querer por ella.
Iba de camino a servir una mesa, cuando sintió de nuevo el vibrar del celular, pero esta vez no lo tomó en cuenta, al contrario casi pierde el equilibrio con un joven que solitario la miraba de reojo aunque no tan discreto, que cualquiera podría darse cuenta del interés que tenía en la mujer que a diario deambulaba entre mesas y borrachos.
Por un momento perdió la concentración, a quien pidió ron le dio tequila, a quien pidió cerveza le dio ron y a quien pidió tequila le dio vodka le dio una disculpa porque solo traía un vaso con hielo, así que regresó de nuevo a la barra sin perder de vista al recién llegado que de pronto le dio la espalda y empezó a escribir en su celular.
-          Ese es, dijo para sí al tiempo que entregaba el vodka.
-          ¡Y si es ese le daré un golpe en la cabeza!, pensó, esperando el vibrar en el estomago,
Aunque este no llegó.
Qué raro, se dijo.
-Hubiera jurado que era él, pero no llegaron más mensajes de este desconocido que en su imaginativo tenía nombre y apellido: “El Romántico del Bar”, quizá el mismo que tantas veces hizo tocar en la rocola canciones de José José, de Roberto Carlos.
El mismo que se deslizaba entre las mesas admirándola de todos los ángulos posibles, quizá queriéndola sin siquiera atreverse a decirlo de frente, más bien con mensajes que llenaban el tedio de una mesera de cantina, una mujer que debía atender una clientela repleta de borrachos, bohemios, infieles, homosexuales o solitarios.
Pero no fue este ni ningún otro, llegó la tarde y de su mano la noche, las mesas se vaciaron y solo quedó el eco de las carcajadas, las malas palabras, los albures baratos, los gritos, la música ensordecedora, en el piso papeles, en las mesas servilleteros, en la basura botellas vacías, de nuevo había que abandonar el disfraza de mesera, volver a su vida de calle, de persona normal, caminar por las calles hasta casa, mirar de nuevo los mensajes de ese Romántico del Bar que desgranaba poemas sin verso, quizá un eterno enamorado, tal vez un bromista o solo un loco queriendo enloquecer a esta mesera de bar.