domingo, 19 de diciembre de 2010

SIN LA CAMARA EN MANO.



Sin la cámara en mano.
Antonio De Marcelo Esquivel.
Había pensado hacer toda una historia de cine con una cámara y entrevistas para dejar testimonio de la vida y obra de Domingo De Marcelo Ruíz, pero el tiempo se me viene encima y los pretextos no faltan, así que he ido dejando para otro día lo que debía ocurrir ya mismo.
Y es que de pronto se me ocurren ideas como poner una cámara escondida e inducir la plática hacia esas vivencias que han conformado el pasado de mi papá y mamá, cosa no fácil porque contar nuestra propia historia solo sale real si la cuentas en la sobre mesa, entre unos tragos; lo que no ocurriría nunca con mi papá que no toma, o bien en una de esas tardes de nostalgia mientras te admiras de cómo ha cambiando el lugar, así que he decidido reproducir uno de esos instantes, de los que está hecha la vida.
Fue una mañana, no diré cual para evitar esos de las fechas y darle a este espacio su naturaleza de cuentero y confesionario.
Apenas habíamos comido mole, a unos días de celebrar la navidad, cosa poco común porque el cumpleaños de mi hermana Lilia nunca se ha celebrado, quizá porque al caer en 19 de diciembre, pues ya tiene encima las posadas, los preparativos de la cena navideña, los regalos de la noche del 24 y el intercambio de calzones que inventamos en una de esas tardes de ocio entre mis hermanos y yo, lo que no ha cambiado, de manera que cada 31 de diciembre al menos estrenaremos chones rojos para el amor o amarillos para el dinero.
Relato todo esto porque la vida es una maraña de actos, como una película de esas con una historia en cada personaje, y hace falta conocer la naturaleza de cada uno para saber el papel que juega en este tinglado.
Fue precisamente en una de esas sobremesas, que hablamos de cómo ahora las parejas ya no se comprometen en una relación para toda la vida y al contrario se casan con la consigna de que si no funciona pues: nos separamos y ya, eso sin pensar siquiera en todos los corazones que rompen cuando toman esa decisión, y digo corazones porque las relaciones cuando profundizan implican a las familias de ambos que en muchos casos se involucran y en una separación toda la familia termina dañada, además de los hijos que nada tienen que ver en las decisiones.
Cómo decimos a veces cuando sentimos nostalgia porque en el pasado todo fue mejor, ya no los hacen como antes, y claro al menos no a las personas que ahora han enfermado al mundo.
Quizá por eso celebro tener un papá y una mamá que sortearon los sinsabores de la vida y como dicen cuando se casan, estar juntos hasta que la muerte los separe.
Ahí estaban sentados uno a cada lado de la mesa con los papeles bien delimitados, ella cocinando y el proveedor del hogar, dos papeles diferentes pero indivisibles porque de esa combinación de trabajos nada fáciles nos educaron a los hijos que hoy deseamos tener una vida larga en la que un día podamos conversar con las huellas del tiempo en una rememoración de ese pasado en que pusimos en práctica las sabias palabras de papá.
Digo ahora ya no se roba uno a las muchachas, ni les da un ultimátum, pero al caso da lo mismo pues como dijo Maquiavelo el fin justifica los medios.
En tanto la cámara sigue guardada en espera de ese documental que sea mi opera prima con la vida de Domingo De Marcelo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Con todo cariño para una mujer importante.



Las manos más lindas.

Por Antonio De Marcelo Esquivel.

De pie como siempre con un guiso en el pensamiento, una oración en los labios y las manos ocupadas en pelar chicharos, tomates o patas de pollo camina siempre de un lado a otro, acaso con seriedad pero nunca con enojo en el rostro, incluso cuando más iracunda siempre sabe hallar una respuesta que acompañe el regaño para hacernos mejores personas, quizá por eso es que nunca le guardé rencor por los golpes, los jalones de orejas o la felpas por no saber crecer como se debe.
De ella se muchas historias pero poco de sí misma, de cuando nació casi no se sabe. Le celebramos su cumpleaños en julio, pero creo que nació en mayo, quizá poco después en el tiempo de aguas, y es que nos ha contado infinidad de ocasiones:
-Cuando pregunte la fecha de mi nacimiento mi mamá me dijo:
-Ya veras, tu naciste cuando el rayo mató el torito.
La respuesta nos arrancó carcajadas la primera vez, luego solo sonrisas y ahora solo una profunda pena porque no tiene fecha de cumpleaños, aunque a ella eso no le importa, porque al ser madre se deja de lado esas cosas poco prácticas para atender asuntos más importantes como el crecer nueve hijos, darles de comer, educarlos, corregirlos, esperar al papá y hacer rendir el gasto por poco que este pueda ser.
Antes ni siquiera la escuchaba, buscaba el menor pretexto para salir a la calle y recorre esas calles polvosas, llenas de cables como telaraña, casa a medio construir y una sociedad peleada con la vida que a mordida, golpes y patadas se hacía respetar en el barrio.
No fueron pocas las noches que corrí como loco por la colonia con un tubo en la mano, un cinturón con hebilla o una piedra para defender el barrio como si de casa de tratara.
No éramos muchos, acaso un puñado de muchacho en la adolescencia, flacos de pobreza, sucios de las tolvaneras, harapientos, maleducados, groseros y locos que deseábamos hacernos respetar a golpes aún por un quítame esas pajas de ahí.
Muchos de mis amigos resultaron descalabrados, con huesos rotos al jugar futbol americano, sin más protección que la valentía de chocar cuerpo a cuerpo, caer sobre las piedras filosos, únicamente para levantarse de nuevo y volver a la línea de golpeo, no por un balón ovoide, sino en defensa del honor, chorreando sangre de la nariz, con la piel rota o la ropa hecha un guiñapo pero eso si con el honor a salvo y seguros que al llegar a casa habría un regaño, pero también las manos que nos curarían.
Tal vez para nuestras madres era solo una diversión, pero para nosotros era algo más, era jugar al juego de la vida y por eso escapábamos de casa para pelear el territorio a golpes, a mentadas de madre, en resumen hacernos respetar a chingadazos, los mismos que íbamos a recibir al llegar a casa por la noche, sudorosos, cansados, hambrientos, pero sobre todo conscientes que ahí no terminaba la vida.
No fue una, fueron muchas noches que me escurrí por la marquesina, a la que subía como gato, directo a mi cuarto en una habitación en obra negra con una lona como ventana, una mesa de centro vieja, un librero hechizo, unos cartones como cama y mi guitarra, que tocaba en la oscuridad, quizá nada, pero mi mundo al fin y al cabo.
Ella no me arropo, al menos no lo recuerdo, pero sus manos hicieron más de lo que merezco para mí, me hicieron hombre y me enseñaron que la vida no es fácil, que se pelea a mordidas a madrazos, y no se pone la cara después del primer golpe, sino que se responde a putazos para no ser menos.
Ahora recuerdo que enojada por mis actitudes rebeldes más de una vez tomó la chanca para corretearme alrededor de la mesa mientras yo gritaba por un dolor inexistente, que a palos me hizo respetar las normas y que a jalones de orejas me hizo aprender las tablas de multiplicar hasta que se me pegaron para siempre.
Quizá la ejecutora de la ley en casa, pero al fin y al cabo la mitad de lo que soy ahora, porque la otra mitad es mi papá, del que ya les contaré.
En una palabra la primer mujer más importante de mi vida.
Tal vez por eso me pegó tanto su frase cuando una vez mirando sus manos pecosas, gastadas por el tiempo, arrugadas por los años y llenas de historias, dijo:
-Tengo unas manos bien feas, sin que yo me atreviera a decirle:
–Son las manos mas lindas, maravillosas y tiernas de que yo haya conocido, son las manos donde no tengo miedo, donde el frio no llega, las manos que deseo cuando me pierdo, cuando no se de mi, cuando simplemente las necesito.