viernes, 9 de marzo de 2012

Llamada desde la prisión

Crónicas de un reportero
Antonio De Marcelo Esquivel.
El teléfono suena repetidas ocasiones, mientras muerdo por enésima ocasión mi torta con carne de puerco en salsa y frijoles negros, comprada allá abajo en el puesto del Chuky; quisiera responder, pero este acto es parte de toda una ceremonia que no acepta dilaciones, la salsa y los frijoles se salen por los lados, los contengo con otra mordida, me lamo las comisuras, paladeo el maridaje creado por el chile morita en salsa con los frijoles y el pan, casi cierro los ojos para dejar que los sabores inunden mi papilas gustativas, pero todo esto sucede en unos cuantos segundos, me atraganto y antes de responder doy un sorbo a mi café con leche.
Es raro que alguien llame a esta hora a mi extensión, todo mundo sabe que llegó por la tarde.
De todos modos levanto el auricular y antes de terminar el saludo, alguien me dice que se trata de una llamada desde un penal.
La verdad dudé unos segundos antes de aceptar la llamada, pues no es la primera vez que alguien habla desde la prisión para contar una historia entre mentirosa y verdadera, pues dicen, todos los que están ahí aseguran ser inocentes, en tanto que la autoridad no quita el dedo del renglón al afirmar su culpabilidad, o al menos la presunción que los mantiene privados de su libertad.
Hago a un lado los restos de mi torta para mejor momento, mi café con leche, jalo mi libreta y pluma e inició una especia de intercambio de palabras que debía ser solo para conocer el caso a grandes rasgos y dejar para después la entrevista, pero quien quien inicia la conversación no da atregua,  es un hombre, cuya voz se escucha de alguien mayor. Se presenta como Rubén Jaime Gutiérrez, e inicia con una retahíla de denuncias, acusaciones y peticiones de justicia. Yo me imagino que es una persona de esas que han sido encarceladas de manera ilegal, así que le dejo hablar mientras veo de lejos mi torta  y mi café con leche. Él me narra que la Directora Ejecutiva de Sanciones Penales del sistema penitenciario de la Ciudad de México, Beatriz Segura Rosas, es la culpable de que no pueda gozar de nuevo en libertad.
Se llama: Rubén Jaime
Lleva en prisión: 23 años, cinco meses y 23 días.
Al momento de la llamada, desea caminar de nuevo por las calles de la ciudad, respirar el aire de la libertad, vivir con su esposa a quien conoció entre las visitas de sus amigos.
Más sin embargo un alud de papeleo y aparente burocratismo lo mantiene el prisión, pues no ha sido posible que sus amparos, y documentaciones de solicitud de libertad anticipada sean tomados en cuenta, “me los desecharon por improcedentes” afirma quien se dice además “primodelincuente”.
Sus palabras me hacen pensar que se trata de una persona conocedora de las leyes y el argot jurídico, así que lo interrogo y logro conocer que al ingresar a la cárcel y ver las injusticias decidió prepararse y ha logrado hacer la carrera de derecho, aunque hasta ahora no le sirva de nada, porque “el sistema penitenciario en México esta podrido” afirma.
Rubén Jaime evidentemente conoce los términos jurídicos, la manera de conducirse en el intrincado laberinto de la ley, pero me asalta una duda:
¿Por qué un hombre debe pasar 40 años en la cárcel?
¿Quién era él antes de ser detenido?
¿Qué delito cometió para que el juzgador le haya sentenciado a 40 años en prisión y ahora no le permitan un beneficio que la ley otorga a los primodelicuentes y quienes trabajan dentro de los penales?
Antes de responder a mis preguntas de reportero y curioso, asegura que ha trabajado al interior del penal 7,768 días al 15 de diciembre de 2011 en las calderas de la lavandería, en la bodega.
Antes su madre y hermanos o demás familia iban a verlo seguido, pero con el paso de los años su madre acude una vez al mes, mientras que su hermana viene cuando puede, más o menos cada tres meses, en tanto que el resto de la familia parecer haberlo olvidado y acaso preguntan a la madre y hermana cómo está, como si en algún momento pudieran asegurar que esta bien.
Rubén  Jaime Gutiérrez tenía una vida antes de enrolarse en las filas del crimen, una carrera y un futuro.
Estudio para contador privado, tenía una novia, se iban a casar, cuando conoció a un grupo de amigos con quienes compartía empleo, hasta que se les ocurrió la idea de salir de pobres de una vez por todas. Asaltarían la tienda El Palacio de Hierro.
El plan era perfecto, nada podía fallar, entrarían por la puerta grande, armados todos, para someter al vigilante y llevarse el efectivo causando terror entre los que ahí estuvieran, para luego repartirse el botín.
Pero el destino les jugó una mala pasada, los planes de salieron de control aquel dos de agosto de 1988 y en medio del caos provocado por el asalto los policías se jugaron la vida antes que permitir que se llevaran el dinero.
Las armas hablaron entonces y hubo fuego de ambas partes, los plomos calientes zumbaban mientras pasaban entre la gente para incrustarse en aparadores, paredes y por desgracia en el cuerpo de los vigilantes.
Al final fueron tres policías que salieron a trabajar, pero no volvieron a casa.
Detenido Rubén Jaime, aún asegura que sí disparó, pero que su arma no vomitó muerte, que habría ido otro de sus compañeros, aunque para el juez instructor de la causa “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata” y le dio 40 años de prisión, de los que solo lleva poco más de la mitad.
Para mi jefe hacer esta nota sería como darle voz a un criminal, pero al paso de los días ha rodado en mi cabeza la idea de llevar al papel este caso, describirlo, porque finalmente es una historia de buenos y malos, donde no me toca a mi juzgar, solo platicar esto que pasa antes de ser noticia, pues como decimos en De Reporteros: siempre hay una historia tras la noticia.