sábado, 22 de junio de 2013

A dónde van los elefantes?





Desperté con un dolor en el estomagó, al grado tal que dejé mi lugar en la cama para tomar cualquier cosa, no obstante la tibieza de las sábanas; Y estaba a punto de sacar una bolsa de medicinas cuando de entre las cosas que hay en el contenedor de plástico apareció mi pequeña libreta, como si me anunciara
 –Aquí estoy o algo así.
Hacía mucho que la deje de ver, así que la daba por perdida, extraviada, desaparecida, ausente, como dicen ahora.
En algún momento la busqué por todos los rincones, revolví cajones, tire cosas que guardaba con celo, o solo coleccionaba como el museo de la inocencia de Pamuk,pero no halle la tal libretita. No es un objeto especial ni contiene los códigos de mis correos, solo que en algún momento mientras vivía una parte virtual de mi vida puse ahí palabras a manera de marcas, sí, como cuando escribes una palabra clave que te hace recordar toda una frase, un contexto, una historia.
Fueron momentos extraños, muy locos pero no por ello perdieron la urgencia de las palabras, porque creo, que en efecto estuvieron hechos en esencia de palabras construidos de frases y asimilados en momentos, porque de eso está hecha la vida.
Recuerdo que Marcia me habló de ella, y no escribo su nombre, porque quizá de esa manera mantengo la distancia necesaria para no volver a caer esa espiral de deseo perpetuo y esperanza con destellos de realidad.
Me dijo de su nariz pequeña salpicada de algunas pecas enmarcada en un rostro claro; de su largo cuello, de sus manos albas con uñas de alta ejecutiva, y su andar cadencioso, sus vestidos cortos y esa manera tan suya de mirar y escuchar a la gente con la manos juntas muy cerca del rostro, diciendo a todo: 
-Okey, okey.
Y no sé si me enamoré de la imagen que Marcia me entregó de ella, o la manera de hacerme parte de su mundo. 
Lo cierto es que empecé a trabajar para un fantasma que a distancia o por tercera persona me ordenaba de una manera que hacía parecer tan necesarios mis servicios y esfuerzos, a tal grado que un día ya no era dueño de mi tiempo, ni de mis deseos. Vivía para ella de noche y de día en aquella caótica y peligrosa ciudad de la frontera, dejando de lado mis estatuas y cinceles por los ratos para ella.
Tampoco tengo claras las primeras palabras con que iniciamos la conversación, solo recuerdo, que de pronto ella me había contado tanto de su persona que cría conocerla de toda la vida, sabía desde la ceremonia nocturna para untar crema en todo su cuerpo por las noches, narrado con sus palabras, hasta la escuela en Harvard donde curso sus estudios universitarios, de su delirante pasión por la música de Natalie Merchant  hasta de aquellos largos cafés que tomaba mientras miraba la vida pasar en Nueva York.
Su voz, nunca la escuché, pero aún la imagino aterciopelada, pausada, tranquila, sensual casi igual que la imagen aquella de cuando tomaba la crema entre sus manos y la dejaba en su piel con amabas manos, recorriendo cada centímetro, reconociéndola siempre, hallando algo nuevo cada día, consintiéndose,  relajando el momento, sin pensar en el tiempo.
Al menos así me lo dijo aquella noche, cuando me describió su bata de dormir: Satín blanco, ligero al tacto como una segunda piel, justo lo que le hacía falta a mis manos para recorrerla en un concierto a cuatro manos y así se lo dije, o al menos lo escribí como si la tuviera enfrente, como si de verdad pudiera sentir entre mis manos esa tela sobre la piel, como si de verdad hubiésemos estado de pie, y así se lo narré palabra por palabra: yo tras ella con los ojos cerrados en una habitación blanca y vacía que podía ser la síntesis de la naturaleza, el inicio del mundo, el sin fin del tiempo o el final de la humanidad, sustraídos de cualquier cosa que fuésemos nosotros. Tocándola poco a poco, sin prisa pero sobre todo sin medida, seduciendo al destino con palabras hechas a modo para despertar a otra mujer, una que había dentro de ella y que dijo no había descubierto.
Tras esa, fueron muchas noches, tardes, mañanas en que mis dedos ya no tocaban el bajo, ya no arrancaban la voz ronca de ese bit intentando algo a veces siguiendo nuestra canción:
Te encontré de madrugada
Cuando menos los esperaba
Cuando no
Buscaba nada, te encontré
Y ahora se, solo se, te cruzaste en mi camino
Encontré el paraíso.

El bajo y la plumilla, habían cambiado por un ordenador y mis dedos de bajista ahora aporreando un teclado en frases, en palabras, en expresiones, en descripciones. No solo las que imaginadas, sino las reales que tenían lugar de este lado del mundo hasta, las frases frenéticas cuando las palabras se agolpaban de manera que no daba tregua, atacaba con todo como si en ello me fuera la vida, como si en el siguiente momento fuese a morir, hasta que explotábamos en mil pedazos en luces de colores en pedazos de noche, hasta que la poesía quedaba regada en el piso como si fuera nuestra ropa, para dar paso a las obscenidades que nos ponían a mil,  a las descripciones crudas, llenas de realidad que traslucían nuestros verdaderos yo; nuestras más oscuras pasiones y al mismo tiempo nuestros miedos cargados de una subyugante necesidad de realidad.
Yo, no sé si eso nos hizo más humanos o nos animalizó, solo que para entonces era posible saber nuestros estados con todas sus palabras y por supuesto siempre caíamos en la misma vorágine de pasión sexo y lujuria, como dice la canción: Ella en su mansión yo en los arrabales, no entiendo si amando o solo esperando.
Rehaciendo la gastada historia de la cenicienta, viviendo feliz para siempre, porque como dice el filósofo “el pacer siempre reclama la eternidad. Yo recogiendo  historias perdidas en esa ciudad de luces y barrios pobres, en cantinas de mala muerte bailando con putas mientras dejaba mi mente viajar y mis manos recrear momentos que ella tenía atrapados entre la irrealidad y mi vida. Ella permitiendo que su personalidad atrapara miradas al caminar, dejando que su falda trasluciera su cuerpo con ese vikini casi transparente para que pareciera que no traía nada, porque sabía me excitaba pensarle así por la vida. Y es que me describió tantas veces esa ceremonia de hallar las prendas precisas pensando en  aquellos diálogos, que nuestro menú se hacía necesario cada día.  
Marcia nunca me permitió verla era como su mensajera, su cómplice o su alter ego, nuestro contacto fueron las palabras las frases, los momentos a distancia como una hot line personal que se repetía cada que ella lo ordenaba, basándose en esos mensajes sucios y cachondos, hasta que un día enfermó y como los paquidermos fue a buscar su propio cementerio, un lugar mítico que nunca supe, ese espacio donde mueren dignamente los elefantes.
Ahí cesaron los diálogos, las noches de calor, las manipulaciones excesivas a su salud y la venda que Marcia colocó en mi rostro desde que me puso en ese juego perverso de la doble personalidad. Se lo reclamé como amigos y lo negó, carcajeó cuando le reclamé haber matado mi sueño, cuando le exigí un final distinto. 
Pero simplemente dijo: ella volverá, le entregué tu corazón tal como me ordenaste y se lo llevó en ese beso que nunca le diste.
Para ella escribí esos intentos de poesía que borre del ordenador, aunque han quedado en esta libreta junto con otras decenas de historias, dos o tres palabras clave, y su correo como únicas pruebas de su existencia. El dolor ya se me quitó, ya no duele ahora es una historia del pasado, ahora el dolor es el de mi estómago por la mañana, nada que no cure otro ron y una puta.  

miércoles, 5 de junio de 2013

Con esa gente no se juega


Por Antonio De Marcelo Esquivel.
De verdad, no deja de sorprenderme como es que el pueblo puede hacer sus propias historias cuando no tiene respuestas. Crónicas que podrían ser un libro, creadas y recreadas a partir de las notas policiacas, las películas de narcos violencia y sangre; para no variar aderezadas con la corrupción que todos vivimos en la casa, en nuestra calle, cuando viajamos en el auto o al pagar los impuestos. Dirás ¿Bueno y por qué este guey me dice todo eso? Deja te explico, no es que me sorprenda, o bueno si. Lo que pasa es que desaparecieron doce chavos y chavas de un bar en la Zona Rosa, lo primero que todos pensamos y hasta se dijo como primera opción es que un comando armado los levantó al más puro estilo del narco, y se los llevó para cubrir una cuenta pendiente. A esta suposición se sumó que un par de los chavales, entre los levantados, tienen a sus padres purgando condenas por crimen organizado, narcomenudeo y extorsión entre otra lindezas, a eso súmale que son del famoso Barrio de Tepito, el mismo del que han surgido grandes boxeadores y luchadores. Quizá por ello es que nos creímos la historia aquella de un levantón, imaginamos a esas pandillas del norte del país que vestidos como policías llegan a bares, fiestas o sepelios y se llevan a la raza a punta de pistola, o como aquellos que dicen secuestraron camiones y obligaron a los pasajeros a luchar por su vida, cosa increíble, aunque contada por un supuesto superviviente. Las notas en los periódicos, en la radio, en la televisión nos hicieron pensar en miles de posibilidades respecto la desaparición de manera que me di a la tarea de preguntar a la gente su hipótesis, no para escribir esta historia, sino para hallar una respuesta, uno nunca sabe, igual y entre tanta pregunta hallaba la punta de esta madeja y hasta un algo me llevo. Pero no, hasta ahora no he logrado algún testimonio sobre el paradero de estos chavos, aunque si hipótesis que van desde un taxista que culpa a los padres por haber perdido el control de los hijos, y estos aprovechan para divertirse en un libertinaje total, hasta uno que me describió lo que habría ocurrido con esa gente. El taxista sostuvo que ya no es posible controlar a los hijos, que se han revelado de tal manera que hacen lo que quieren, la señora del aseo pide a Dios por ellos en sus oraciones. Pero quien si verdaderamente se la jaló fue el policía de la puerta que de pie y casi actuando dijo: “No, esos chavos ya les dieron piso. Mira le jugaron al verga, quisieron hacer su cartelito, sentirse muy malos y de seguro el jefe dijo: –A ver tráiganme a esos pendejitos. Los sacaron y cuando los tuvo enfrente preguntó: - Qué muy malo, qué va a hacerme la competencia y zaz le cortó una oreja, luego un pie y quien sabe que más”. Esto por supuesto me parece espeluznante, como cuando publicaron que habían hallado a tres muertos en el Estado de México que podrían ser ellos. Con toda razón las familias querían linchar al representante del diario, no solo por el manejo de la nota sin sustento, sino porque ellos tendrán la esperanza de que sus seres queridos volverán al Tepito Bravo, donde la gente se rifa, ahí donde los discos piratas salen como tortillas, donde las morritas prefieren un motoneto a cualquier otro espécimen, una raza que ha defendido el barrio como en ningún otro lugar, pero como dice el poli de la puerta: -Con esa gente no se juega 
(lobo1266@hotmail.com)