jueves, 5 de mayo de 2011

De la Olivetti al Ipad.


De la Olivetti al Ipad.
Antonio De Marcelo Esquivel.
Los puristas del periodismo dicen que la nota está en el lugar de los hechos, hay que salir de la redacción, ir a romperse la madre a las entrevistas banqueteras, esperar al funcionario a la puerta de la dependencia, quizá hacer antesala y al tenerlo enfrente ametrallarlo con preguntas hasta que suelte prenda. Pero los tiempos han cambiado, se han transformado de tal manera que el periodismo que hacíamos hace 20 años no es el mismo que hoy. Pese a todo, aún puedo escuchar el tableteo de las máquinas de escribir por la tarde cuando había que aporrear teclados para entregar la nota, algunos habían tomado clases de mecanografía, de esas que daban a las señoritas en secretariado e incluso hasta quienes aprendieron taquigrafía para apuntar mientras el funcionario dictaba una conferencia o una entrevista, el resto escribíamos como dicen: de a dedito, pero no menos veloces. Entonces los únicos avances tecnológicos era el teléfono y el fax en el mejor de los casos, para las redacciones quedaba el telex con esas kilométricas cintitas amarillas picoteadas que contenían las notas de agencias y del extranjero. En esas épocas aprender a hacer periodismo ocurría en la calle, tal como lo hizo el maestro Metinides, ícono de la fotografía policiaca, quien afirma que con su primera camarita tomó fotos a un accidentado y acudió a venderlas a La Prensa, para luego viajar en ambulancia, carros de bomberos o policías para lograr fotografías que se convirtieron quizá en la época de oro del diarismo de nota roja. Aún tuve la fortuna de verlo en acción, lo mismo que al Padrecito (Bernardo Reyes), un viejo fotoperiodista de mil batallas, que todas las noches viajaba en un viejo Volkswagen y como si se teletransportara era el primero en llegar a los casos de nota roja. Al ser yo nuevo en el oficio me acercaba para conocer algún detalle del asunto y siempre sacaba su libretita del bolsillo para decir “como no padrecito, mira fue un masculino o femenino, -según fuera el caso- de tal edad, con tales heridas, y dice la policía que fue ultimado así, mira ahí están los familiares”, a quienes teníamos que entrevistar, claro con mucho tacto, pues estaban viviendo un momento de mucho dolor, y por supuesto con el tiempo adquiría uno técnicas para aprovechar los primeros momentos, la confusión, nadie sabe quién es quién en el lugar de los hechos, porque pasado el momento alguna autoridad domina el lugar corre a los reporteros o bien no falta el familiar o amigo influyente que corre a todo mundo. Esas noches de trabajo denominadas la guardia en la patrulla, eran como la escuela nocturna, fueron mis mejores clases. Llegar a las 19:00 al diario y salir con el fotógrafo a la Cruz Roja en Polanco, donde ya estaban fotógrafos y reporteros de otros periódicos en espera de un caso, hasta que en una o varias claves en la radio, con frecuencias de la Cruz Roja, Bomberos y Policía nos ponían en alerta, una adrenalina que empieza a correr por las venas desde el momento en que alguien decía Z-1 en tal lugar que en clave de la policía es muerto o bien 14 que en la Cruz Roja es muerto también y como si fuésemos un comando armados de cámaras y grabadoras corríamos a la ambulancia R-11, que es la clave del periodista ahí. El ulular de la ambulancia era la señal de emergencia para salvar semáforos, contra flujos o tráfico hasta arribar al sitio donde había que recoger detalles máximos y si era posible por el tiempo dictar la nota a la guardia en la redacción, claro la coronación de cada caso eran las palabras, que para uno eran como mágicas, casi una droga: “dicta la nota, paren prensas cambia la portada”, entonces solo podían pasar dos cosas que otra nota matara la primera o irse a casa con la satisfacción de haber cumplido con el deber, dormir un poco, porque en unas horas había que empezar de nuevo. Hoy el teléfono celular, las computadoras, el ipad, la radio, el internet, los portales, el twitter y el facebook obligan a la inmediatez, pero no por eso el periodismo debe ser menos apasionante, aunque ahora las exclusivas únicamente duran unos minutos cuando bien nos va.

lunes, 4 de abril de 2011

En el periodismo ver es lo más importante.

Antonio De Marcelo Esquivel.
Esa mañana llegue al diario como siempre, al punto de las diez de la mañana y ante la falta de un buen crimen que investigar para las notas de la tarde caminé a la sala de prensa con mi amigo y compañero de correrías Noél Alvarado además el fotógrafo Salvador Chavez.
Si no había más tendríamos que buscar ún caso al que darle seguimiento, retomar alguno o bien hallar una buena historia en los asuntos del día mientras los minutos pasaban. De pronto se escuchó por la frecuencia de radio policial que un hombre había sido asesinado en su casa de la colonia Balbuena y por cierto estábamos muy cerca, de manera que abordamos el bocho y nos trasladamos reportaba. Para entonces ya teníamos tácticas de trabajo a fin de colarnos hasta el escenario del crimen, ver directamente a la víctima y recoger detalles del escenario para la crónica del día siguiente, así que decididos bajamos del carro y llegamos hasta la puerta donde preguntamos por el occiso, indicándonos un paramédico, que estaba al fondo de la casa, y que la mujer en la sala era su esposa.
Los tres llegamos hasta la bodega. el fotógrafo hizo algunas tomas y nosotros datos del hombre con camisa y corbata que bocarriba presentaba un orificio en el pecho. Al salir de esa bodega ya había llegado la policía investigadora, pero al ser amigos nos permitieron mantenernos a su lado mientras buscaban detalles que les indicaran la mecánica del asesinato.
Las primeras luces las dio la mamá, quien relató que esa mañana durante el desayuno su esposo increpó al hijo su falta de interés en la escuela y los quehaceres, de manera que ordenó a madre e hijo acudir a la escuela preparatoria y recoger las calificaciones.
Aseguro la madre que salieron juntos y harían el camino juntos, pero él hijo pidió regresar a cambiar zapatos por tenis y que la alcanzó en la escuela, donde la dejó en espera a la puerta, de la que se retiró porque no lo miraba salir.
Al llegar a casa su otro hijo había hallado ya a su padre muerto. La primer especulación de la policía es que la familia había salido, y en esta ausencia uno o varios ladrones entraron a la casa siguieron al padre de familia y lo acorralaron en la bodega, donde le hicieron un disparo causándole la muerte. Sin embargo algo no cuadraba, lo que nos hizo preguntar por el cuarto del hijo ausente y por alguna causa nos dieron acceso. Fue ahí donde hallamos la primera evidencia de un escalofriante caso de parricidio, aunque no claro aún, los tenis del joven preparatoriano tenían unas gotas casi imperceptibles de sangre, lo que avisamos de inmediato a los agentes de la Policía Judicial y al Ministerio Público, que ordenó recogerlos como evidencia.
El resto fue mero trámite, nos tiramos al piso en el comedor y pudimos ver que alguien había lavado sangre, sobre todo porque la jerga fue arrojada atrás de unos tanques de gas aún con agua sanguinolenta.
Era claro, el joven no sabría cómo explicar sus bajas notas, así que regresó y disparó contra su padre, para luego alcanzar a mamá y al volver todos creerían que alguien había entrado a robar. Por cierto el joven ya no regreso a casa esa tarde, por la noche llamó diciéndose secuestrado, mientras en el diario se cocinaba esta nota que una vez más me cubría de gloria, no obstante que el director me dijo esa noche “me la voy a jugar contigo, si no es parricidio como aseguras nos vamos los dos” y nos la jugamos porque la cabeza del día siguiente fue PARRICIDIO.
Esa noche el joven hijo llamó a casa para decir que había logrado escapar y aunque pensaba que tenía todo bajo control cayó en la trampa de la policía que ofreciéndole protección lo interrogó al llegar a casa. Durante las horas que duró el interrogatorio terminó por confesar que volvió a casa tomó la pistola de papá y se la vació por la espalda, era seis tiros que yo nunca vi, porque emocionado de haber ayudado a resolver un caso en breve tiempo no me tomé la molestia de ir a revisar el cuerpo al forense y conocer las causa de la muerte. Cuando le dije al director que si era parricidio y el hijo le había vaciado el cargador respondió: ¿Cuántos balazos te faltaron? Cinco, respondí, entonces me miró a los ojos y me anunció -Te vas cinco días suspendido.

miércoles, 9 de marzo de 2011

¿A qué huele la muerte?


Por Antonio De Marcelo Esquivel.
Foto y texto.
La última vez que fui al Servicio Médico Forense de la Ciudad de México para investigar un crimen fue allá por finales de la década de los 90, para entonces entrar a la morgue no era la sarta de trámites burocráticos que ahora, es más ahora ya ni se puede. Sólo había que llegar a la recepción de ese edificio en la calle de Niños Héroes, de la colonia Doctores y preguntar por el doctor Cerna, que entonces era el director o bien por el doctor Rodolfo Rojo y listo teníamos una entrevista en vivo y en directo para conocer detalles del crimen en cuestión, lo que claro nos daba material suficiente para seguir la nota y entregar a nuestros lectores de La Prensa una cronología del caso, y es que como lo dictaban los cánones de la línea editorial de nuestro diario había que darle a nuestro público detalles, como decía don Augusto Corro:
-Lleva a los lectores al lugar de los hechos, tú tienes acceso, ellos no.
De ahí que me acostumbre a describir olores, colores, texturas, sabores y sonidos, y pues si acertaron tener alerta los cinco sentidos e incluso un sexto del que no debe carecer un buen sabueso de la nota roja, que debe pensar como policía, como criminal y actuar como reportero.
Puedo decir con toda seguridad como si hubiera sido ayer, que el olor característico de los lugres donde buscan limpieza total, era similar, a pino combinado con ese olor característico de la muerte.
¿Pero a qué huele la muerte? Yo también me lo pregunte por mucho tiempo y en esa curiosidad natural y extra natural que tenemos algunas personas como el joven Grenouille de El Perfume, percibí desde el basurero que estaba atrás de mi casa allá en Ecatepec, Estado de México, donde los perros hinchados y mosqueados insultaban el olfato, hasta pequeños insectos, claro eso en mi niñez, sin imaginar que un día me eso serviría de algo.
Ya cuando hice periodismo policiaco pude conocer ese característico olor, que claro no es el mismo siempre, porque depende no solo de la limpieza que en vida tuvo el muerto, sino además de las condiciones en que ha ocurrido la muerte y por supuesto de cuánto tiempo lleva el cuerpo desde el momento en que murió. (iba a decir perdió la vida, pero claro no es posible porque perder significa que podría hallarla en cualquier momento, y hasta ahora no conozco un muerto que haya encontrado su vida luego de perderla, en fin)
Los hay que han colgado los muerto por un infarto mientras se duchaban, que cayeron en casa y se dieron un golpe o bien los que han tenido una larga agonía por enfermedad o lesiones hasta que por fin terminaron su vida.
También los hay que han muerto en accidentes terribles que les han mutilado, o bien que en peleas fueron heridos y murieron, así los más comunes en este nuevo siglo XXI víctimas del crimen organizado, torturados o baleados, lo que aumenta ese olor característico de la sangre que se descompone al contacto con el medio ambiente y crea ese olor que no se quita con nada.
Aún cuando hay limpieza total el olor a sangre que es entre agrio y descompuesto se puede reconocer, aún cuando ya no esté ahí el cuerpo.
Así olía el Semefo entonces, no como ahora que es un edificio impersonal muy limpio como hospital, que parece una escuela de medicina, con salones muy blancos, pupitres en fila y alumnos que solo pueden ver un cadáver desde una gran ventana de vidrio.
Y lo mismo le ocurre a las nuevas generaciones de periodistas, que de no ser por los que trabajan en la calle y llegan al lugar de los hechos antes que la policía, logran ver un cadáver, perciben el olor, las texturas y saborean la nota aún antes de redactarla.