miércoles, 15 de diciembre de 2010

Con todo cariño para una mujer importante.



Las manos más lindas.

Por Antonio De Marcelo Esquivel.

De pie como siempre con un guiso en el pensamiento, una oración en los labios y las manos ocupadas en pelar chicharos, tomates o patas de pollo camina siempre de un lado a otro, acaso con seriedad pero nunca con enojo en el rostro, incluso cuando más iracunda siempre sabe hallar una respuesta que acompañe el regaño para hacernos mejores personas, quizá por eso es que nunca le guardé rencor por los golpes, los jalones de orejas o la felpas por no saber crecer como se debe.
De ella se muchas historias pero poco de sí misma, de cuando nació casi no se sabe. Le celebramos su cumpleaños en julio, pero creo que nació en mayo, quizá poco después en el tiempo de aguas, y es que nos ha contado infinidad de ocasiones:
-Cuando pregunte la fecha de mi nacimiento mi mamá me dijo:
-Ya veras, tu naciste cuando el rayo mató el torito.
La respuesta nos arrancó carcajadas la primera vez, luego solo sonrisas y ahora solo una profunda pena porque no tiene fecha de cumpleaños, aunque a ella eso no le importa, porque al ser madre se deja de lado esas cosas poco prácticas para atender asuntos más importantes como el crecer nueve hijos, darles de comer, educarlos, corregirlos, esperar al papá y hacer rendir el gasto por poco que este pueda ser.
Antes ni siquiera la escuchaba, buscaba el menor pretexto para salir a la calle y recorre esas calles polvosas, llenas de cables como telaraña, casa a medio construir y una sociedad peleada con la vida que a mordida, golpes y patadas se hacía respetar en el barrio.
No fueron pocas las noches que corrí como loco por la colonia con un tubo en la mano, un cinturón con hebilla o una piedra para defender el barrio como si de casa de tratara.
No éramos muchos, acaso un puñado de muchacho en la adolescencia, flacos de pobreza, sucios de las tolvaneras, harapientos, maleducados, groseros y locos que deseábamos hacernos respetar a golpes aún por un quítame esas pajas de ahí.
Muchos de mis amigos resultaron descalabrados, con huesos rotos al jugar futbol americano, sin más protección que la valentía de chocar cuerpo a cuerpo, caer sobre las piedras filosos, únicamente para levantarse de nuevo y volver a la línea de golpeo, no por un balón ovoide, sino en defensa del honor, chorreando sangre de la nariz, con la piel rota o la ropa hecha un guiñapo pero eso si con el honor a salvo y seguros que al llegar a casa habría un regaño, pero también las manos que nos curarían.
Tal vez para nuestras madres era solo una diversión, pero para nosotros era algo más, era jugar al juego de la vida y por eso escapábamos de casa para pelear el territorio a golpes, a mentadas de madre, en resumen hacernos respetar a chingadazos, los mismos que íbamos a recibir al llegar a casa por la noche, sudorosos, cansados, hambrientos, pero sobre todo conscientes que ahí no terminaba la vida.
No fue una, fueron muchas noches que me escurrí por la marquesina, a la que subía como gato, directo a mi cuarto en una habitación en obra negra con una lona como ventana, una mesa de centro vieja, un librero hechizo, unos cartones como cama y mi guitarra, que tocaba en la oscuridad, quizá nada, pero mi mundo al fin y al cabo.
Ella no me arropo, al menos no lo recuerdo, pero sus manos hicieron más de lo que merezco para mí, me hicieron hombre y me enseñaron que la vida no es fácil, que se pelea a mordidas a madrazos, y no se pone la cara después del primer golpe, sino que se responde a putazos para no ser menos.
Ahora recuerdo que enojada por mis actitudes rebeldes más de una vez tomó la chanca para corretearme alrededor de la mesa mientras yo gritaba por un dolor inexistente, que a palos me hizo respetar las normas y que a jalones de orejas me hizo aprender las tablas de multiplicar hasta que se me pegaron para siempre.
Quizá la ejecutora de la ley en casa, pero al fin y al cabo la mitad de lo que soy ahora, porque la otra mitad es mi papá, del que ya les contaré.
En una palabra la primer mujer más importante de mi vida.
Tal vez por eso me pegó tanto su frase cuando una vez mirando sus manos pecosas, gastadas por el tiempo, arrugadas por los años y llenas de historias, dijo:
-Tengo unas manos bien feas, sin que yo me atreviera a decirle:
–Son las manos mas lindas, maravillosas y tiernas de que yo haya conocido, son las manos donde no tengo miedo, donde el frio no llega, las manos que deseo cuando me pierdo, cuando no se de mi, cuando simplemente las necesito.

2 comentarios:

ChikPill dijo...

Y cuando la memoria se haga brizna y cuando en la parcela crezca un árbol, ellos harán lo propio desde dentro, desde los que seguimos abonando esta tierra y este canto.
Chiro tu texto Toño. Un abrazo. El Medrano.

Prensa CDHDF dijo...

hermoso su texto, como madre imperfecta, pero terca y persistente para que mi hija sea siempre mejor, agradezco sus palabras que comparto a mi abuela y a mi madre...