domingo, 5 de agosto de 2012


Gajes
Antonio De Marcelo Esquivel.
Casi nunca hago entrevistas a domicilio, no es algo que acostumbre, quizá porque considero el oficio de periodista más público que privado, aunque algunas veces llevo uno a ese plano las entrevistas y no siempre salen bien; sin embargo ese día decidí que si quería arrancarlo algo a esa mujer de mirada tierna y sonrisa difícil eso únicamente podría ocurrir en su terreno, un lugar que le diera confianza y al mismo tiempo la tranquilidad de sentirse en su territorio, a salvo de depredadores y mirones, tal vez porque tenerla en territorio neutral parecía tan impersonal y lejano que acaso respondía con monosílabos o movimiento de cabeza, lo que no siempre se convierte en material digno de una nota informativa, tal vez por eso ahora estaba en ese sillón negro de piel que rechinaba con cualquier movimiento, lo que por supuesto siempre desconcentra; no hay como la pliana o no se algo que no haga ruido, ya desde que llegué me habían ofrecido algo de beber así que tenía un vaso de vidrio con hielo y whisky que sudaba de frío mientras le miraba de reojo con las ganas de tomarlo de un sorbo, aunque me contuve, no quería que descubrieran mi verdadera personalidad de bohemio, bueno algunos le llaman diferente, en fin, de pronto escuché su taconeo, aunque no era el clásico taconeo de oficina, apurado y sin compás, más bien era acompasado, uno tras otro con tiempo, con espacio, sin prisa, casi sordo sobre todo cuando empezó a descender por la amplia escalera de madera que servía de marco para admirar que bajo ese vestido entallado color vino había un par de piernas espectaculares que se marcaban con cada paso y aunque en ese momento no lo pude notar seguro era que sus caderas eran imponentes, aunque en ese momento llamó más mi atención su piel clara casi blanca, aunque sin llegar al alba nieve, que hacía perfecto juego con la tela del vestido que caía tan natural que parecía haber nacido con él.
Cuando llegó al último escalón ya estaba yo ahí extendiéndole la mano, en parte para ayudarle a bajar y en parte para saludarle, aunque ella la tomó y no la soltó, así que caminamos casi tomados de la mano hasta el mismo sillón negro para la entrevista.
Tenía mi cámara a la mano y me hubiera gustado empezar con las fotografías, pero preferí dejarlo para el final, de manera que saque la grabadora y la puse sobre el asiento, aunque ella dijo no sería mejor aquí, señalando el lugar justo donde se juntan las tetas, donde claro la grabadora quedaría perfecta, aunque a mi me hubiera gustado poner otra cosa ahí mucho mejor que una grabadora. Cuando dijo no sería mejor aquí además se señalar abrió los brazos y echó el pecho hacia delante ocasionando que ese hermoso par de tetas resaltara aún más y la redondez se remarcará mucho más como queriendo escapar de esa prisión que se llaman copas. Fue un segundo únicamente pero para mi fue como un millón de años cuando al poner la grabadora mis dedos apenas tocaron su piel, ara algo firme pero delicado, y tibio como un beso que me imagine posando mis manos y mis labios en ese par que invitaban al pecado.
El resto de la entrevista ni la recuerdo, me perdí en sus ojos, en su manera de mover la boca al hablar, en la forma de su rostro cuando arqueaba las cejas, en el perfil mostrado al mirar de lado y sobre todo en su manos que me hipnotizaron tan solo de mirar su movimiento que era como de una mariposa revolotenado por aquí entre nosotros.
Entonces empezó a hablar, se despojó de todo, narró una historia increíble de traiciones, amor, desamor, dolor y más dolor. Hubo un momento que las lágrimas casi le impidieron hablar, aunque no le interrumpí ni siquiera para consolarle, le deje hablar, que al fin era lo que deseaba, finalmente terminó, se levantó dio las gracias y se marchó. Yo me fui sin siquiera probar mi whisky y sin mi grabadora que seguirá entre sus tetas o que se yo, ahora me toca redactar su historia, solo que lo único que recuerdo es lo que ustedes han leído.

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