Por Antonio De Marcelo Esquivel
La tarta es de queso, así
como te gusta, con fresas y aderezado con mermelada de frambuesa, el café
negro sin azúcar; negro como la noche, caliente como las tardes de verano y
amargo como tu ausencia. El es el mismo, aquel café donde nos esperamos tantas
veces y tantas veces nos despreciamos. Ese dónde te dije que te amaba mientras
escribías un poema de nosotros, frases con nuestros rostros y dibujaste una
flor con carita. Quizá no debería decirte esto pero he repasado tantas veces
nuestros lugares que creo conocerlos como la palma de mi mano, de todas las
veces que he llegado a la hora que acostumbrábamos incursionar en ese mundo de
realizad con fondo de jazz. Ya recuerdo aquellas ocasiones cuando llegaba antes
que tu y mientras leía mi revista te acercabas con sus piernas largas y parada
frente a mi esperabas que me diera cuenta, muchas veces supe de tu presencia
desde antes que llegaras, percibía tu perfume en el ambiente y estaba seguro
que eras tu cuando hombres y mujeres miraban tu andar, aunque hacía que no me
daba cuenta y falsamente me concentraba en mi lectura, de manera que podía ver
siempre tus pies y a medida que levantaba la cabeza admiraba cada parte de ti
hasta llegar a esa sonrisa que hacías antes de darme un beso de ya llegue. Un
beso que hacia mejor mi mundo aunque de pronto había que ponerle un poco de
café para que no fuera tan dulce, porque saben bien me gusta cargar los versos
de café y las frases de te quiero sin comprometerme a nada justo como me lo
repetiste mil veces. Siempre supe que te marcharías, lo intuía en tus
despedidas y cuando no llegabas al café, pero me hacia el desentendido y
buscaba no tocarte ni besarte ni decir te amo, como si en ese intento matara un
poco todo eso que me hiciste sentir, lo que nunca logré. Hoy regreso sobre mis
pasos y toco cada lugar donde estuviste, miro cada escaparate donde nos detuvimos,
leo los libros que vivimos y aquellos que solo deseamos, tomo el café que se
quedó cuando nuestras conversaciones se hicieron tan profundas que no
necesitaron de la infusión; con la diferencia que la cámara sigue en mis manos
tomando cada parte del mundo para cuando regreses, que te quiero mostrar tantas
cosas como si nunca te hubieras ido. Bien se que en cada cita me bebía tus
despedidas, que las pasaba con pastel de queso y tus miradas. Hoy tomo el mismo
café y como siempre dejo tu mita de pastel.
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