Por: Antonio De Marcelo Esquivel
Me fui sin siquiera escuchar un te
amo. Te lo hubiera agradecido tanto. Pero no lo hiciste, sonreías con esa
manera tan tuya de mover la cabellera y soltar las miradas.
Aún pude ver tu caminar como los
barcos en altamar, lento, tranquilo hasta perderte entre las escaleras de la
estación Polanco, siempre hacia arriba, dejando que todo mundo te mirase con
ese descaro que te caracteriza.
Quería correr tras de ti, pero como
siempre me contuve, como si estuviera pegado al piso. Amarrado al espacio con
ese orgullo que tanto odias.
Como siempre me costaba dejarte
marchar, deseaba tanto abrazarte, percibir tu perfume, enredarme de nuevo en tu
roja cabellera y soñar que para siempre no es mucho tiempo.
Me quede ahí parado, con las ganas
de sentir tus brazos alrededor de mi cuello, tu respirar muy cerca y mis manos
sosteniendo tu cintura.
Quería conversar como hace los
amantes, caminar contigo tomados de la mano, discernir sobre las canciones que
robo para decir mis te quiero, pero ya estabas lejos, quizá caminando sobre
Mazarik, confundiéndote con esos maniquíes que tanto se te parecen, linda en
avance, en tu mirada, en tus palabras, en tus manos, en tu boca, en todo y tan
lejos de mí.
Que razón tenías cuando repetiste
tantas veces, “es aquí y ahora”. Entonces quería perpetuar los momentos,
arrancarle tiempo al tiempo.
Recuerdas que no soltaba y besaba
tu manto, que de vez en vez besaba tu rostro y te miraba con esas ganas de grabarte
en mis recuerdos? Quizá para que en tu soledad llevaras tu mano a la mejilla, a
tu boca tal vez y repasaras esos besos que dejé para ti.
Para mí lleve la tersura de tu cara
y ahora puedo cerrar los ojos, tener tus manos entre las mías, para perderme en
el espacio del tiempo y la distancia, tal vez recuperar mis besos uno a uno,
esperando el momento de colocarlos de nuevo. Mas que eso puedo recordarte como
si te hubiera visto ayer.
No sé cuánto tiempo estuve de pie
mirando el piso, dejando pasar el transporte público, escuchando el tururu en cada parada y salida del metro, dejándome
mirar por las conciencias decentes que no saben distinguir los dolores.
Y me hubiera hecho tanto bien un te
quiero en ese momento, pero las voces de la calle se confunden y los te quiero
se los llevan los amantes pegados al cuerpo como los besos de despedida.
Me arrepentí de no haberte dicho te
amo como despedida, pero ya era tarde, tu estabas en tu mundo y yo en el mío,
desgastando los te amo en historias que a veces llevan un poco de mi, guardando
los te quiero para esas noches cuando tanto te extraño, esculpiendo mis poemas
en que dilapido las frases que debía decirte al oído.
Recogiendo historias para darles
forma en mis confesiones, siempre con el temor de decir te amo sin dejar de
mirar tus ojos.
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