domingo, 5 de julio de 2009

Una piel que se instala en mi pensamiento.

Antonio De Marcelo Esquivel.
No sé por qué tengo que escribir de mujeres que han quedad en mi pasado. A veces me gustaría escribir de quien está en mi presente, pero no es lo mismo, tal vez es que su naturaleza humana las hace tan reales que se rompen las palabras cuando tocan su presencia, que mis pensamientos se hacen añicos y requieren un proceso de sanación que vaya más allá de sus besos y sus desplantes.
Es como una recuperación del pasado en presente que se antoja eterno porque sus gemidos casi siempre retumban en mi cabeza, sobre todo en esas noches de insomnio cuando busco restablecer la temperatura corporal.
No es que muera por volver, pero siempre parece ser mejor el pasado que el presente, porque en el tamiz de lo que quedó renuevo mis votos de pobreza y mi esencia tan animalesca.
Yo por supuesto ahora no soy yo, soy ese que fue y que se quedó atrapado en el pasado, un yo que recupero por instantes cuando mi conciencia me permite ver que casi nada en la vida es para siempre.
Dicen que hay dolor en mi alma, que lloro por las noches y que en mis ojos hay tanto pasado que me pesa caminar al futuro, pero no creo esas patrañas, menos cuando avanzo por las calles entre peatones a quienes no les importa mi vida ni me importa la suya.
En fin, que ese es otro cantar. Me senté a escribir esto porque de pronto vino a mi mente su voz, yo hubiera querido que llegara completa como esas buenas transmisiones de televisión en vivo y a todo color, pero tengo una memoria tan mala que simplemente no hay ni siquiera pedazos de sus ojos en mis pensamientos llega poco a poco.
A veces cuando hago un esfuerzo en mis manos aparecen retazos de su piel y entonces dejo mis palmas abiertas como queriendo tatuar su poros dérmicos en mis dedos, aunque invariablemente desaparecen como si fuera una de esas telas que se resbalan dócilmente.
Casi ya no digo su nombre porque presiento que es como desgastarlo hasta que un día simplemente se me olvide y ya no tenga ni su nombre, ni su olor, ni su boca ni sus palabras.
Prefiero cerrar los ojos y dejar que mis sentidos la lleven de ida y vuelta justo hasta el punto cuando siento sus besos y en mi cabeza retumban sus carcajadas que miles de veces me chocaron tanto por surgir justo cuando hacíamos el amor.
Yo no sé qué pasaba, ella era seria, hasta podría decir que enojona con su mirada adusta cuando mis actos le parecían extraños, sonriente cuando menos se esperaba y violenta, tan violenta que me dolía ser violento con ella, sobre todo porque era consciente que ella me llevaba en ese camino.
Luego era explosiva, tan explosiva que podría volar un edificio, claro ahora puedo decir que me daba miedo esos arranques, aunque siempre pude controlarlos y llevarlos a un estadio donde lográbamos cumplir el pacto de serenidad que da un abrazo silencioso.
Lo que nunca pude controlar eras esos espasmos de risa, carcajadas mientras me miraba con esos ojos húmedos que me daban la sensación de quererla.
Es evidente que me desconcentraban sus carcajadas, así que debía cerrar los ojos y bloquear el sistema auditivo centrándome en su piel de la cual no hablaré, solo puedo decir que a veces viene a mi mente como esos parientes lejanos que un día vienen a dar un saludo, solo espero que como ello no se instale en mi vida, ella es cosa del pasado.

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