miércoles, 12 de noviembre de 2008

MANUEL PARA REPORTERO POLICIACO.

Cómo que no hay crimen perfecto?
En la era de la globalización, palabra que por cierto me choca desde que la conozco. Suena como esos estúpidos globos que miraba cuando niño, un señor vendedor pitando con ese horrible silbato y muchos pequeños siguiéndole como flautista de Hamelín, todos queriendo una de esas cosas de latex llena de aire, nada más que aire, solo para luego perderla y llorar mientras se elevaba por los aires hasta convertirse en un puntito en el cielo que se movía a placer, para acto seguido: ser nada a los ojos humanos. Quizá es lo único que me gustaba de ese juego estúpido de los globos, ver llorar a esos escuincles chiquiones que a berridos eran arrastrados a casa con la promesa de un dulce, que muchas veces ni siquiera llegaba.
En fin, es en esta era de la globalización que los manuales, mapas mentales, tutoriales, guías y recetas suben y bajan por la red o en libros, que me he decidido a escribir este texto a manera de biblia del reportero policiaco y de la escuela demarceliana.
Y no es que sea un especialista en el tema, un dechado de virtudes para la nota roja, o un iluminado para hacer apología de la violencia, es más bien porque me caga ver que este género cada vez pierde más dignidad y en lugar de crecer por su naturaleza informativa se va al caño como si se tratara de un mal programas de televisión con espectáculos bochornosos, como esos que nos recetan todas las tardes finísimas y conocedoras personas como una tal Chapoy u Origel y bestiario que los acompañan.
No, chingaaa, la nota roja va más allá, es la esencia del ser humano, es el termómetro social, la sociología dentro de la comunicación, el diagnóstico del tejido humano que pervive en una comunidad, es la regresión del hombre, es un viaje a sus ínferos, esos que permanecen intocados por la banalidad de las enseñanzas y normas para convivir entre sus congéneres.
Qué es malo y que es bueno, eso lo determina la sociedad en que cada quien se desarrolla, y calificar a priori hace de quien lo practica en un individuo reduccionista, que no es capaz de mirar más allá de los 180 grados que permiten los dos ojos humanos que posee en el frente de su horrible cara.
La nota roja es antropología, justo como ese texto del filosofo Friederich Nietzsche, para quien “nuestra civilización ha traído consigo la desaparición de aquel ecosistema que, a través de la selección de los más aptos, nos trajo al mundo”.
Claro, hoy en día ver morir a decenas de hombres en la televisión a manos de superhéroes armados hasta los dientes con miles de balas que nunca se acaban, o preparados en el arte de los guerreros orientales, nos causa momentos de esparcimiento, no obstante que las dos horas que dure el guión la pasemos al borde de la butaca.
Pero qué diferencia existe entre eso y una redacción que dé cuenta de hombres descabezados, acribillados a tiros, envueltos en cinta canela, encobijados, metidos en tambos de cemento, asesinados en centros comerciales, restaurantes, autos, en sus casa o levantados por comandos.
Claro la única diferencia es que lo primero es ciencia ficción basada en la realidad, lo segundo es realidad basada en las emociones del hombre, pero terribles para los ojos de una sociedad que pretende esconder bajo la alfombra la basura de sus congéneres y creer que todo es color de rosa, que las cenicientas pueden ser posibles, que el glamur patentado por las marcas se compra y que enviar lo podrido de su sociedad a las orillas del pueblo, será como si no existieran.
Es así, que el reportero policiaco debe ver más allá de lo evidente, y conste que no es slogan de caricatura ochentera, aunque tenga toda la pinta; sino el llamado que solo escuchan aquellos que tienen en la sangre eso que se llama ser investigador, curiosidad, por más que ésta sea la principal sospechosa del crimen gatuno.
En fin, que al principio de esta larga digresión he prometido un decálogo, diez pasos para ser un verdadero reportero policiaco y no pasar al bando contrario en ese intento de esclarecer porque chingaos un cabrón mata a otro.
Esto es lo más chingón de todo, sentarse a dialogar con el presunto responsable, y conste que digo presunto por aquello de las demandas y que la ley dice: nadie es culpable hasta que esto se demuestre. Hablar con ellos no es ¿por qué lo mató? diga usted, es lograr un diálogo en que el hombre o mujer, según sea el caso se abra de verdad y se enteré uno (chismosos que somos) que hay detrás del sujeto, como creció que vivió, a quién leyó, como maquinó matar, en que se inspiró o en quién, sus razones, en fin lograr una contextualidad que el lector necesita para no tener más que una nota ramplona de sangre, o caeremos en la condición de vulgares chismosos y no verdaderos comunicadores de la nota roja.
Respectó a lo otro, No hay tal decálogo, es instinto, es curiosidad, es preguntar, saber qué preguntar, dónde preguntar, a quién preguntar, ver todo y más, responder preguntas con las respuestas que hay en el escenario del crimen, como decía mi maestro: “Pregúntale al muerto”, lo que es lo mismo si camina como pato, se mueve como pato y parece un pato ¿qué es?
Y si en una de esas en lugar de hacerte reportero policiaco matas a otro cabrón, por lo menos ten la decencia de ser un asesino inteligente, un verdadero reto para la policía y para los reporteros de policía, si es que hay alguno.

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