domingo, 9 de noviembre de 2008

Confesiones de un Cerdo:


Por Antonio De Marcelo Esquivel.

Y ELLA TUVO ALGO?

Yo quisiera que alguien me preguntara: ¿qué has tenido tú? Entonces le diría tuve un sueño, dormí o parece que un día desperté teniendo una pasión entre la almohada y la realidad, ella no era ni bella ni fea, solo extraña, tan extraña que se parapetaba tras la pantalla del ordenador y decía amarme con loca pasión al grado que terminábamos nuestras noches mirando el alba.
Ella miraba el cielo desde su vitral en la sala, yo desde mi ventana, esa que de justo a esa parte donde sale cada mañana el sol y se mete sin permiso ni nada.
Yo, no podría describir como era ese sueño, solo puedo decir que me sorprendió una noche de conversación y de pronto, así sin permiso ni norma simplemente empecé a rodar por su piel, a extenderme como plaga por su vello púbico, no sin antes visitar la zona pectoral, sus pies y la espalda interminable.
Es de destacar que primero sentí en mi piel la suavidad de su pijama toda de seda, un pijama como de reina o princesa o que se yo, de esas que se resbalan al contacto con la piel, que se convierten en lienzos de viento al contacto del tacto y de pronto de pierden, se mimetizan haciéndose piel y sentido.
Cierra los ojos le dije, abre los brazos, se libre, vuela por el cielo, siente el aire en tu rostro, acelera el latido de tu corazón, reten la respiración para que nada ni nadie nos arranque este momento de dos.
Entonces sentí la humedad de su ser y no supe si era sus lágrimas o es que la pasión se desbordaba tanto que era necesario contener el torrente del amor para que no inundara el espacio real y virtual tras el cual decía llorar de placer.
Era mía, o era suya, no lo sé. Únicamente puedo decir en mi defensa que la simiente de la vida se regó causando una verdadera tragedia de la que no hubo consecuencia más que mi deseo de ser uno solo toda la vida.
Quizá el te amo que se me escapó de frente y que fue como una bofetada para el pasado causó que de pronto nada existiera sino nosotros y la abstracción del amor, esa entidad que envuelve como seda y convierte en nada, que enloquece y hace perder la sensación del tiempo, del espacio, de todo.
Era mía, sentía en mi tacto la suavidad de su pijama, la curvas de su cuerpo, la tersura de su piel y ese valle que nunca, nunca en la vida voy a olvidar, una realidad descrita por las palabras que fluían como reguero de pólvora y se incendiaban al repetirlas mentalmente.
Porque las palabras no siempre tienen sonido, a veces solo definen y califican, destacan y realzan o lastiman según se lancen. Pero estas, estas eran más que eso, eran la descripción de un tiempo que se detuvo de pronto para darnos tiempo de recuperar todo eso que habíamos dejado por el camino
Tuvimos para nosotros la poesía que nadie desea, esa que yace por las calles tirada como mendigo agazapada entre las piernas de mujeres de minifalda o escondida tras el sostén de una escolar.
Tal vez es que mientras caía el pijama la poesía quedó al descubierto en sus sinuosas formas de mujer que me mataron un año y siete meses, cuando yo solo había deseado ir al África.
Un deseo que se hizo bestia y mujer, que se convirtió en pasión desenfrenada, una pasión que nos llevó mil veces al cielo, no obstante que el placer tiene límite de tiempo y nunca, casi nunca es para siempre, más que cuando este placer es la muerte.
Hoy quisiera tener en mi mente las mismas palabras, esa frases que se hacían interminables mientras ella recorría su cuerpo y lanzaba gemidos de leona en celo mientras dejaba que sus ojos se inundaran de no poder tenernos.
Esos ojos que siempre miraron los míos cuando esclavo suplicaba un te amo y acaso recibía el eco de mis palabras más que una respuesta en ese espacio donde se escondía un año siete meses.
Esto tuve le diría a alguien si me preguntara ¿Cuáles han sido tus posesiones?

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