Por
Antonio De Marcelo Esquivel
Ya
había soñado esa tormenta. No fue como en mi sueño, entonces el agua me mojaba
de una manera que tenía miedo, así que corría creyendo alejarme de la lluvia, sin
que mis piernas respondieran. Era una realidad obtusa, donde no había lugar para
resguardarse. Sin espacio para esconderse
de esa agua que invadía mi cuerpo de pies a cabeza. Era como si me quisiera
decir desde el cielo que estaba destinada para mí. Entonces deje de correr,
supe que no debía luchar, sólo esperar, que el sol saldría en cualquier
momento, pese a todo sentía esa opresión que da la tristeza. Cuando me detuve
tenía las manos con los puños cerrados con algo atrapado que escurría a mares
entre mis dedos, porque la lluvia no se atrapa ni se llama, ni se despide, solo
cae te moja, se marcha, desaparece y está más allá de nuestros deseos. A veces,
únicamente cae como un chipi chipi que te moja para refrescar. A quienes no les
gusta la lluvia agachan la cabeza, como si de esa manera evitaran las gotas,
corren por la avenida y se resguardan bajo un marquesina, otros se cubren con
un paraguas y siguen de frente. Pero los hay que nos detenemos a sentirla
mojando nuestro rostro y disfrutamos el agua de vida que nos alegra el corazón.
Hay, los que caminamos dejando que el viento se mesa entre el cabello, bien que
con una taza de café miramos caer las gotas. Otras veces es un aguacero que no
se anuncia, empieza simplemente, cae con gruesas gotas y entonces unos
sorprendidos corren a bajar la ropa del tendedero. Los prevenidos sacan el
impermeable y no se mojan, no se esconden, marchan a paso forzado para no
mojarse los pies. Otros nos detenemos para sentir el golpeteo de esas gruesas
gotas, que seguro se marcharán en un momento para dar paso al sol como suele ocurrir
a finales de mayo. Hay otro tipo de lluvia: esa que inicia con finas gotas y
poco a poco arrecia, anunciada por nubarrones negros; pero sólo es agua y si es
posible hay que caminar bajo ella, que no respeta lugares, ni rincones, nos
moja de pies a cabeza y acabamos empapados, quizá con frío, pero alegres. Un
instante, es lo que dura la lluvia, pero es como una vida. A veces le acompaña
un gélido viento y titiritamos de frío con la ropa mojada y el corazón alegre. Por
eso me detuve aunque sintiera ese desasosiego que causa el sentir como los
sueños se escurren entre nuestros dedos, que un beso no se aprisiona se deja
libre para ir por la vida de boca en boca, desgastado en versos o reanimado en
miradas. Deje de correr entonces, me paré y levanté el rostro al cielo para que
mi cara se mojara, que más daba. La lluvia es como el amor, tiene una escala de
grises o una escala de colores, blanco con su paleta de arcoíris o negro con la
ausencia de la luz. Y los hay que corren a esconderse, los que prefieren mirar
desde el café a los amantes comiéndose con la mirada, los que deambulan entre
sábanas probando cariños, aquellos que van de van de boca en boca buscando sus
besos, los que te toman de la mano y sabes que nunca más se marcharán. Quizá
por eso desperté sudando, llorando con un dolor en pecho como si tu me
faltarás, quería correr y ver que estabas ahí, pero quizá te burlarías de mi
desvelo, así que me recosté de lado y me quede pensando en tus ojos para
soñarte otra vez. Un duerme vela en que se dormita sin poder conciliar el
sueño; tal vez por eso dejé las sábanas y tome la pluma, como siempre para
escribirte poesía a la luz de la luna, palabras llenas de amor, un amor sin tiempo
y sin espacio, ideal como los cuentos y libre como las golondrinas de verano.
Hoy la tormenta me ha tomado por sorpresa, era lindo cuando la brizna solo
mojaba mi cabello y sentir tu mano en la mía me daba la esperanza de un para
siempre, cuando dejar tu mitad de tarta era la manera de creer que habría una
próxima vez, aquellas veces cuando un mensaje me daba la impresión de mirar tu
sonrisa tras la lectura y esperar la respuesta sin importar que tardará días
llenaba mis espacios. Hoy la brisa me anuncia que habrá días de desasosiego,
que el frío de tu ausencia que siente mi corazón no hallará calor en mis
caminatas y que volver a nuestros lugares sólo servirá para alimentar un falso
futuro. Pero no cambio por nada y daría mi vida por volver a caminar por la
calle tomado de tu mano, mi existencia por depositar otro beso en la comisura
de tus labios, mi alma al mismísimo demonio por repetir el único abrazo tuyo
que pude tener.